
Por. Vladimir Petit Molina
CAP II
-Este retraso no es normal. Voy a ver si terminó CAP ¡Ya vengo¡ y emprendí camino al ascensor. En 1988 la asamblea anual de Fedecámaras a la cual estaban invitados los candidatos presidenciales de la época, se llevaba a cabo en el hotel Jirahara Hilton de Barquisimeto. Todos los que trabajábamos para Eduardo nos inquietaba que apenas terminara su intervención saldríamos de gira y le tocaba hablar inmediatamente después de CAP. Nada que nos avisaban para bajar. Así que salí de la habitación donde esperábamos para obtener información al respecto. El pasillo abierto y luminoso del hotel generaba una paz especial así que estaba a la espera del ascensor tranquilazo. De repente, se abre y adentro ¿quién estaba? ¡CAP¡ Venía saliendo de la sesión e iba a una habitación quizás a refrescarse. Al abrirse la puerta reculé. Alguien de adentro le dijo:-Presidente, él es Petit, uno de los que trabaja con El Tigre. Pérez me sonrió, agarró por la manga de la camisa y me empujó para adentro del ascensor:-Véngase joven y nos tomamos una foto para que después se la muestre a su jefe. Efectivamente, su fotógrafo disparó varias ráfagas mientras el exPdte me abrazaba. Cuando por fín volvió a parar el ascensor en el piso al cual se dirigían originalmente se despidió mientras mandaba saludos a mi padre. Al cerrarse el ascensor y quedarme completamente solo…sentí que había estado con una energía especial, un huracán que había pasado cerca. Me devolví a la habitación donde estaba Eduardo a la espera.-Vamos bajando jefe. Ya CAP terminó, le apuré. -¿Cómo sabes?, indagó -Me acabo de tomar una foto con él en el ascensor.
Esa fue la primera vez que vi personalmente a Pérez en mi vida.
Un tipazo¡
En 1989, en los días siguientes a El Caracazo me presenté en Prevención 1, Miraflores.-Hola, soy el diputado Petit, secretario general juvenil de Copei y quiero hablar con el Presidente Pérez. En 30 minutos me recibió en compañía de Alejandro Izaguirre, a la sazón Ministro de Relaciones Interiores. Impecable, cordial y siempre enérgico. -Dígame diputado -Presidente varios compañeros de la JRC han caído presos por estar en el sitio equivocado en medio de acciones equivocadas pero no eran ellos los protagonistas de los hechos. -¿Seguro? -Presidente, nosotros respaldamos su gobierno y somos gente de bien…pero muchachos al fín, la curiosidad a veces mata hasta al gato. Le pido los libere. Aquí tengo la lista -Diputado fíjese lo que vamos a hacer: usted se va con el Ministro y van a ver caso por caso y si no estaban en cosas malas los liberaremos de inmediato. Pero usted va a firmar una caución haciéndose responsable para que esos jóvenes no vuelvan a estar donde no tienen que estar -¡De acuerdo Presidente¡ -Listo, váyase con el Ministro. Algo más…¿le llegó la foto?..mi cara se iluminó…¡el hombre se acordaba de la foto del encuentro aquel en el ascensor¡ ¡Increíble¡ -Si Presidente ¡muchas gracias¡ En efecto, la foto había llegado y mi mano derecha de siempre, Ana María Hernández, eterna simpatizante adeca, la había puesto en lugar distinguido en mi oficina y a veces se regodeaba echando el cuento de cómo se había tomado. Esa fue la segunda vez que vi a CAP.
En 1990 me pegaron un tiro de muerte que inexplicablemente me dejó vivo. Durante 6 meses y 6 operaciones estuve viviendo en la Clinica Metropolitana bajo los esmerados cuidados del eminente médico Dr Luis Narciso, el mismo que había salvado de eventos similares al Comandante 0 (Edén Pastora) y al Comisario López Sisco. En medio de este calvario a cada rato recibía la visita de Alejandro Izaguirre, Ministro de Relaciones Interiores del gobierno de CAP y gran amigo de mi suegro.-¿Necesitan algo? ¿Falta algo? El Presidente Pérez está muy atento a tu evolución. Curiosa actitud para con un diputado opositor, hijo de uno de los principales críticos del gobierno de turno y yerno de un connotado senador copeyano. Pero así eran las cosas entonces.
Con dolor llegamos a la sesión en la cual se allanó la inmunidad a CAP y, por ende, se le hizo enjuiciable en 1993. Todos los que estábamos allí sabíamos lo que seguiría: cárcel para Pérez. El gran jefe de mi fracción parlamentaria, Ramón Guillermo Aveledo me vió compungido una vez terminada la sesión. -Cometió errores pero estaba haciendo lo que se tenía hacer. Es verdad … se confió demasiado en su liderazgo…pero no merece esta suerte ¡CAP es un demócrata a carta cabal¡ dije a todo gañote. Ramón me abrazó y caminó conmigo desde el palacio legislativo hasta la bajada al estacionamiento Río Tuy, donde estaba mi vehículo. Allí presencié cómo un tipo removía las placas de Senador Vitalicio del Crown Victoria de Pérez. Un gran amigo de entonces y yo entrompamos al funcionario que actuaba bajo órdenes superiores. Al final y después de un forcejeo no accedió a ponerle nuevamente las placas aunque si a vendérsela a mi hermano del alma quien tomó una y yo me llevé otra…como recuerdo de aquella noche aciaga. Ya en 1994 le condenaron a prisión y le enviaron al retén de El Junquito. La primera visita que recibió en ese recinto fue la del Negro Pérez Díaz y yo. Allí compartimos largamente con el Policía Izaguirre y CAP, lo cual fue recogido por el diario El Mundo.
Un día estaba en clases en la Escuela Kennedy de Harvard y me llegó una invitación como representante del caucus latino: un homenaje de la universidad a CAP, quien recién había sido liberado. Me excusé de asistir al evento público…pero acompañé a Nitu, quien lo entrevistaría para Globovision en el hotel donde se hospedaba. Allí pude convesar largamente con él. Afable como siempre pero ahora mucho más reflexivo hasta el punto que confesó en pleno programa: ¨Siempre pensé que sólo había dos personas en América Latina capaces de implementar un plan de ajuste macroeconómico tan completo como el planteado: Pinochet en dictadura y yo en democracia. Me equivoqué¨. Esto fue a finales de 1996. No le ví más hasta que en 1998, en ocasión de mi despedida de la política, pedí me recibiera en la Torre Las Delicias. Enseguida accedió y aquel día me presenté a cerrar un ciclo importante de mi vida: -Presidente, gracias por recibirme. Vengo a contarle cómo viví su caída y ya que se marcha al extranjero, quise hacerle un regalo. Le conté más o menos lo mismo que he narrado en estas líneas. Me escuchó atento y dijo: -Yo haría otra vez lo mismo que hice Petit…pero haciendo más política intensa. En todo caso, el país es el que sufrirá terriblemente y ojalá aprendamos la lección. Acto seguido le devolví su placa de Senador Vitalicio en mi poder y le conté la historia de esa triste noche. Sonrió, agradeció el gesto y la puso sobre algunos documentos. Me dijo: -Será mi nuevo pisapapeles y eterno recordatorio.
Unas semanas antes de morir, en su residencia en el extranjero, concedió una entrevista y en una de las tomas Nitu pegó un brinco señalando en el monitor la placa que le devolví aquel día.
Pérez era un remolino político andante. Un estadista de quilates y el demócrata más convencido que conocí. Fue un honor adversarle, apoyarle…pero especialmente…conocerle.
Luis Herrera Campins
El más culto de los presidentes que he conocido…hasta ahora.
Increíblemente este llanero zamarro, ocurrente y humilde era un erudito. Sabía de todo, todo lo había leído y además lo podía recitar. Llamaba la atención que aquel hombre que comía las empanadas de forma tan peculiar fuese el mismo que ante el Rey Juan Carlos I dijera: ¨Para un humilde llanero como yo, estar aquí y ahora, dándole la bienvenida al Rey de España, es simplemente un honor con el cual nunca soñé¨.
Conocí a Luis Herrera durante su campaña en la que fui activista juvenil a pesar de ser menor de edad. Poco después, durante su mandato, pude coincidir en la UCAB con su hija María Luisa, gran amiga y maravilloso ser humano que era viva prueba del dedicado padre que fue LHC. Conversar con él siempre fue sencillo y sabroso. Un hombre que vivió en su humilde casita en Santa Eduvigis y para quien la riqueza no tenía atractivo alguno. Hasta el punto esto último de que soy testigo de los esfuerzos de mi cuñado Gustavito, su padre, el Negro Pérez Díaz y Calderón Berti por ayudarle a cambiar el carro ya en el final de sus días.
Con sorpresa descubrí en un Comité Nacional que la leyenda aquella de los Torontos era mentira ya que según confesaba ¨sus kilos eran salados¨.
Un día, como representante estudiantil de la UCAB y al frente de una delegación, fuimos a Miraflores a invitarle a unas jornadas ucabistas en honor a Andrés Bello. Mi tía Elba Medina de Ruiz del movimiento magisterial, consiguió la entrevista y mi papá nos envió con su chofer. Fue la primera vez que pisábamos el palacio presidencial. Ese día conocí a Ramón Guillermo Aveledo, secretario privado del presidente quien habló fugazmente conmigo, Gustavo Pérez Osuna, comisionado presidencial y quien después se convertiría en mi amado cuñado, Carlos Eduardo Herrera, gran amigo, secretario del consejo de ministros y esposo de una de las mejores mujeres que he conocido en mi vida, María Elena Sosa y finalmente, Ciro Chapón, mano derecha de Aveledo y hermano de vida con quien aún hoy comparto labores. El Presidente nos recibió, aceptó ir al evento e incluso nos hizo una pequeña donación en cash para el mismo, la cual colocó en una bolsa de color cartón que extrajo de un armario de hierro con combinación. Ese fue nuestro primer y único contacto con la partida secreta. Después nos habló de deportes y libros. Al salir de allí depositamos el aporte y conversamos largamente.-¡Qué hombre tan sencillo¡ -¡Qué tipazo¡ -¡Provocaba quedarse¡
Poco antes de recibirme como abogado me deleitaba visitando el Teresa Carreño y recorriendo el primer trayecto de El Metro recién inaugrado. Y hasta el día de hoy creo que LHC fue un político bien intencionado que seleccionó mal algunas compañías pero fundamentalmente, se trataba de un buen venezolano que creyó demasiado en algunos colaboradores. También creo que su llegada al poder confirmó el espiritu igualitario que constantemente ha guiado la elección de presidentes en Venezuela. Pero lo que nadie podría negarle es que hizo más que cualquier otro por la cultura y el deporte en nuestro país. Por cierto sus dos grandes pasiones.
(Con información de Morfema Press)